
Abro los ojos con dolor, noto que el ojo derecho está tan hinchado que es casi imposible abrirlo. La primer impresión que tengo de mi entorno es el olor a bebidas alcohólicas desparramadas por toda la habitación. Segundamente comprendo que no puedo incorporarme debido a que mi cabeza está debajo de un sillón.
Pataleo y me sacudo un poco para liberarme, hasta que por fin, no sin antes sacarme tres o cuatro cuerpos de encima logro zafarme.
De las paredes cuelgan trozos del empapelado roto, lo demás es humedad y moho.
No conozco la casa, pero logro dar con el baño como si hubiese vivido en ella durante años. La primera reacción al entrar en ese hediondo reducto es una compulsión vomitiva. Y vomito en la pileta, mariposas púrpuras manchan el gris percudido del lavamanos. Localizo un espejo que cuelga de un clavo y lo arranco para salir rápido del lugar. Una vez afuera reflejo mi rostro destruido y trato de recordar algo inútilmente.
Vuelvo al punto de partida sorteando humanidades que solo tienden a respirar contaminando el poco aire existente. En mi dantesco recorrido sólo puedo reconocer la silueta de Facundo, desnudo en un rincón, rodeado por dos chicas y un jovencito, también desnudos.
Diviso la puerta de salida, una escapatoria tambaleante, por suerte las llaves están puestas. Mientras bajo las escaleras cuento 1, 2, 3, 4, pisos y aparece ante mí la avenida. Me zambullo en un taxi.
– Dónde vamos señor- pregunta el chofer
– ¿Qué hora es?
– Seis menos cuarto señor -Responde mirando un reloj justiciero que indica las 17:45 hrs.
– OK, sacame de acá, llevame a la parada de la “L amarilla”.
– Como usted diga, pero la “L amarilla” para acá a dos cuadras.
– Llevame igual la re puta que te parió.
– Como usted diga.
El taxi arranca mientras descubro que también tengo un golpe en las costillas.